sábado, 13 de julio de 2013

LAS DESAPARECIDAS PINTURAS MURALES DE LA IGLESIA DE SAN PEDRO DE ALCAZARÉN


La iglesia de San Pedro se encuentra hoy en ruinas, aunque conserva aún la hermosa cabecera romántica-mudéjar. El ábside presenta al exterior tres cuerpos de arquerías apuntadas, de ladrillo sin ningún tipo de revestimiento. El interior del ábside estuvo decorado con interesantes pinturas murales, de las que hasta no hace muchos años quedaban algunos restos.

Estas pinturas murales, que décadas de exposición a la intemperie condujeron a su destrucción, se encontraban en el semicilindro absidal. Según Antón, que dio a conocer estas pinturas murales en 1924, momento en el cual llama la atención sobre el peligro que corren por su exposición a los elementos, “las pinturas se hallaban bajo los enlucidos y encaladuras seculares que, al caer ahora, han dejado al descubierto tal tesoro”. Sin embargo, el examen de unas imágenes de 1936 denuncia que, con anterioridad al abandono del edificio, estas pinturas murales permanecieron ocultas por el retablo mayor de la iglesia, del siglo XVIII. Su colocación supuso el enlucido de las partes laterales no ocultas por el retablo, que se pintaron de manera grosera con motivos ornamentales barrocos, así como la apertura de una ventana en el lado de la Epístola (que comportaría la destrucción de las pinturas murales que allí se encontrasen). En consecuencia, de las pinturas murales del semicilindro absidal de la iglesia de San Pedro de Alcazarén cabe estudiar, únicamente, la parte central, preservada por el retablo mayor de siglo XVIII y conocida a través de fotografías. Unas obras de adecuación emprendidas en 1999 borraron cualquier resto pictórico del ábside.

Las imágenes existentes, en blanco y negro, nada nos aportan sobre las características técnicas o sobre las cualidades cromáticas de estas pinturas murales. En este sentido Antón afirma: “Todos los personajes están pintados al fresco, y en colores rojo y negro únicamente”, en lo que coincide la indicación de Post acerca d que “the color has now virtually faded in toto”.
En la parte inferior, por debajo de las ventanas, se desarrollaba una densa trama de diagonales en la zona central, que quedaría anulada por la disposición del altar. A ambos lados, descentrados con respecto a las ventanas, pero centrados con respecto a la iglesia, se reconocían sendos recuadros con figuras en su interior. Según Antón eran “un ángel y otra persona sentada”. Antón describe el primero como “medio arrodillado, presentando filacteria entre las manos, con leyenda borrada, de la cual restan algunos caracteres bien propios del siglo XIII. Puede ser la salutación angélica”, pero apunta sobre la segunda: “desorienta no poco, porque la cabeza parece masculina; inclínala hacia un lado. Las ropas aquí son también muy plegadas y angulosas”, de manera que plantea con ciertas reservas la identificación de esta escena como una Anunciación, de lo cual, en cambio, no duda Post. Las fotografías no ayudan demasiado y es preciso tener en cuenta que estas figuras se encontraban ocultadas por el retablo mayor, de manera que no sabemos si la composición continuaba o no por ambos lados o por cualquiera de ellos.

En la parte principal, a la altura de la ventanas, se desarrollaba un apostolado de empaque monumental en el que, sobre una banda decorativa con motivos vegetales, la representación de cada uno de los apóstoles se disponía en recuadros verticales de la misma altura de las ventanas, separados entre sí por bandas de trenzado y con fondos alternativamente claros y oscuros, de acuerdo con el gusto por la alternancia cromática tan característico de la pintura de estilo gótico lineal. Sobre el apostolado y sobre la rosca de las ventanas remataba, antes de dar paso a los elementos de transición al cuarto de esfera absidal, una banda decorada a la manera de los aliceres de los artesonados.

Del apostolado se encontraban a la vista, según se advierte en las fotografías, los tres individuos que había entre la ventanas del lado del Evangelio y central y dos de los tres individuos que había entre las ventanas central y del lado de la Epístola, lo que indica que su disposición se ajustaba al ritmo impuesto en el semicilindro absidal por las tres ventanas existentes, que obligaron a la representación de los apóstoles en cuatro series de tres individuos cada una, aunque de las series de los extremos carecemos del más mínimo testimonio. En lo visible en las imágenes conocidas, se reconoce, de izquierda a derecha, por portar, además del libro (que algunos sostienen con sus manos veladas), sus atributos específicos, las representaciones de San Bartolomé (con el cuchillo y con el demonio encadenado), de San Andrés (con la cruz), de San Pedro (con las llaves) y de San Pablo (con la espada). El atributo del último apóstol no se aprecia bien, lo que impide su identificación. De acuerdo con la tradición, San Pedro y San Pablo, dispuestos a ambos lados de la ventana central del ábside, encabezaban el colegio apostólico.
El apostolado se dispone en relación con la escena representada en el espacio de la ventana central del ábside, tapiada para la ocasión, que permitía comprender toda la decoración como una representación del Juicio final, donde los apóstoles concurren como asesores de Cristo en el momento del juicio. En las fotografías se aprecia en esta ventana, que, por entonces, había perdido su relleno, que, al desaparecer, se llevó por delante la mayor parte de su composición, una pequeña figura nimbada (correspondiente a un mujer por la manera en que cubre su cabeza) en la zona superior izquierda, así como restos de los instrumentos de la pasión sobre la rosca del arco (de izquierda a derecha, lanza, palo con esponja y escalera). Estos escasos restos sugieren que en el espacio de la ventana central se representó a Cristo juez (de acuerdo, seguramente, con la visión de San Mateo) acompañado al menos por los intercesores (la figura parcialmente conservada, a la derecha de Cristo, sería la Virgen) y por los instrumentos de su pasión. Esta composición tiene su correlato en las pinturas murales de la iglesia de Santiago de la misma localidad.

Existe una estrecha relación entre estas pinturas murales y las de la iglesia de Santiago de Alcazarén, no sólo por la coincidencia iconográfica apuntada, sino también por la manera de abordar la representación de las vestiduras y de los individuos, absolutamente fiel a la tradición de la elegancia lineal propia de la plenitud del estilo, que induce a pensar en la existencia de un repertorio común de modelos, si bien, según Gutiérrez Baños, no cabe hablar de una identidad de autoría, sino de una continuidad de las pinturas de la iglesia de Santiago (con detalles más innovadores en el tratamiento ornamental de los fondos, pero de peor calidad en la elaboración del dibujo y en la resolución de las composiciones) con respecto a las pinturas de la iglesia de San Pedro. El carácter más explícito de la indumentaria representada en las pinturas murales de la iglesia de Santiago permiten datar en el tránsito del siglo XIV al siglo XV su ejecución cronología que, con una ligera precedencia con respecto a las de la iglesia de Santiago, conviene, asimismo, a las pinturas murales de la iglesia de San Pedro.

BIBLIOGRAFÍA
  • GUTIÉRREZ BAÑOS,  Fernando: Aportación al estudio de la pintura de estilo gótico lineal en Castilla y León: precisiones cronológicas y corpus de pintura mural y sobre tabla (2 tomos), Fundación Universitaria Española, Madrid, 2005.

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