sábado, 12 de noviembre de 2016

UN SIGLO DE ARTE ESPAÑOL A TRAVÉS DEL MUSEO DE ARTE CONTEMPORÁNEO ESPAÑOL PATIO HERRERIANO


Hoy tengo pensado hacer algo diferente, por cuanto es un tema general que lo voy a encajar en el ámbito vallisoletano. Me explico, leyendo un libro sobre José Guerrero para informarme lo más posible sobre la magna exposición que se realizó sobre él en el Patio Herreriano vi una impresionante y amena introducción que explicaba brevemente el arte español del siglo XX. Este texto realizado por Juan Manuel Bonet, y que lleva por título Un siglo de arte español dentro y fuera de España, me dio la idea de adaptarlo mínimamente para el blog e ilustrarlo con fotografías de las obras de los artistas citados, pero con la particularidad de que son piezas que se conservan en el Museo Patio Herreriano de Valladolid. De esta forma “arrimamos el ascua a nuestra sardina” hablando de un tema vallisoletano, y además comprobamos la importancia que posee este museo que en ocasiones pasa tan desapercibido, incluso entre los vallisoletanos, algo bastante penoso y que nos debe hacer reflexionar.

Espero que os guste este apasionante paseo por el arte español del siglo XX de la mano del prestigioso poeta y crítico de arte Juan Manuel Bonet, uno de los máximos expertos en este campo. Recalco: Arte Español, que no Arte en España puesto que los mayores logros y gran cantidad de estos artistas se mantuvieron fuera del país: ya fuera porque en París primero y luego en Nueva York, es donde se encontraban las focos donde se cocían las grandes novedades, ya porque durante cuarenta años no pisaron el país algunos de los más grandes artistas españoles de aquel momento. Sí, estamos hablando de esa dictadura que durante buena parte de su recorrido miró al pasado y al academicismo para establecer su “arte oficial”. Véase, por ejemplo, en arquitectura la influencia decisiva que tuvo la practicada durante el gobierno de los Austrias.
Comenzamos:
Un balance de lo que ha sido el arte moderno español debe empezar por una afirmación rotunda: la vanguardia española tuvo durante bastante tiempo su epicentro en París. En efecto, de 1900 en adelante, y tras los pasos de Pablo Picasso, en aquella ciudad que entonces se consolidaba como capital mundial del arte, se afincaron entre otros, Juan Gris, Julio González, Pablo Gargallo, María Blanchard, Daniel Vázquez Díaz, Manolo Hugué “Manolo”, Mateo Hernández, etc… La simple nómina precedente nos permite calibrar la importancia de la contribución española a la primera modernidad internacional. El cubismo tuvo un marcado acento español. Si en pintura, con Las señoritas de Avignon (1907) Picasso abre el siglo que en buena medida va a llevar su nombre, y si Juan Gris, cuya producción de madurez ocupa el periodo 1910-1927, puede ser considerado como el cubista más puro, en escultura González y Gargallo son los maestros del hierro forjado y los que abren nuevos caminos.

JULIO GONZÁLEZ. Les amoureux II (1932-1933)
JULIO GONZÁLEZ. Personnage lourd (1940-1941)
PABLO GARGALLO. Hommage à Chagall (1933)
MANOLO HUGUÉ. Dos mujeres (1924)
MANOLO HUGUÉ. Dans l´étable
El arte español del interior discurrió por cauces más moderados, en los que triunfaban artistas más convencionales: postimpresionistas y simbolistas, formados durante el siglo XIX, como el luminista Joaquín Sorolla, Ignacio Zuloaga o Santiago Rusiñol, que habían alcanzado por lo demás un gran reconocimiento internacional. El relevo lo representaban pintores más jóvenes como los muy literarios Julio Romero de Torres y Gustavo de Maeztu. Más secreto sería el destino del purísimo Darío de Regoyos, de Juan de Echevarría o de Francisco Iturrino. Barcelona asistió a la consolidación del noucentisme, movimiento apadrinado por el escritor y filósofo Eugenio d´Ors, que proponía un ideal clasicista y mediterraneísta, una modernidad atemperada, y cuyos principales representantes fueron Joaquim Sunyer, Xavier Nogués y el primer Joaquín Torres García en pintura, y Enric Casanovas y Josep Clará en escultura. En Madrid se consolidaban por aquel entonces, en pintura, el genial y sombrío solitario que fue José Gutiérrez Solana, cantor de La España negra, y el sutil y cristalino Cristóbal Ruiz, y escultores como Julio Antonio –con sus Bustos de la raza– o Victorio Macho.

JOAQUÍN TORRES-GARCÍA. Barrio de París (1928)
JOAQUÍN TORRES-GARCÍA. Constucción en planos superpuestos (1932)
JOAQUÍN TORRES-GARCÍA. Popa negra (1924)
La primera guerra mundial empujó a España a algunos de los protagonistas de la vanguardia de París, como Robert y Sonia Delaunay, Francis Picabia, Albert Gleizes, Marie Laurencin, el mexicano Diego Rivera, Jacques Lipchitz… En el Madrid de 1915 Ramón Gómez de la Serna apadrinó a los “Pintores íntegros”, con María Blanchard y Rivera a la cabeza. En Barcelona, los uruguayos Joaquín Torres García y Rafael Barradas practicaron, durante la segunda mitad de los años diez, el “vibracionismo”. Josep Dalmau, un marchand ejemplar, que ya en 1912 había organizado una colectiva cubista, fue el principal receptor de todas aquellas novedades, y también el organizador, en 1918, de la primera individual de un desconocido llamado Joan Miró. A partir de aquel año, Madrid, Sevilla, Palma de Mallorca y otras ciudades españolas vieron nacer y desarrollarse el ultraísmo, movimiento principalmente poético, más que tuvo consecuencias plásticas, y dentro del cual el ubicuo Barradas representó un papel central, junto a otros extranjeros, como la argentina Norah Borges o el polaco Wladyslaw Jahl. Fue grande, por aquella época, el impacto de los Ballets Russes.
RAFAEL BARRADAS. Calle de Barcelona (1918)
JOAN MIRÓ. Sin título (1930)
La década de los veinte vería consolidarse un nuevo núcleo de españoles en París. Fijarían allá su residencia, por siempre, Francisco Bores, Hernando Viñes, Joaquín Peinado, Jacinto Salvadó, Pedro Flores o Luis Fernández. Más limitada en el tiempo sería la presencia de Benjamín Palencia, Pancho Cossío, Manuel Ángeles Ortiz, José María Ucelay, Pere Pruna, Ramón Gaya o Alfonso Olivares. Cabe recordar de un modo especial a Bores, partidario de la “pintura fruta”, y a Luis Fernández, que tras practicar el constructivismo y el surrealismo, se afianzaría en una figuración austera. Nuestras provincias conocieron por aquel entonces una profunda modernización. Por doquier surgieron revistas, cineclubs, sociedades culturales, impulsadas por gentes que tenían una visión al día de la cultura, leían ciertas revistas, sabían quiénes eran Picasso, Freud, Marinetti, Joyce, Breton, Strawinsky, Le Corbusier, Einstein…

FRANCISCO BORES. Composition bleue (1944)
FRANCISCO BORES. Deux enfants (Dos niños) (1936)
FRANCISCO BORES. Femme au singe (1934)
FRANCISCO BORES. Manzanas (1927)
HERNANDO VIÑES. Desnudo de mujer (1927)
HERNANDO VIÑES. Paimpol (1973)
HERNANDO VIÑES. Retrato de Jean Cocteau (1930)
HERNANDO VIÑES. Sin título (1928)
JOAQUÍN PEINADO. Couple de danseurs (1926-1928)
LUIS FERNÁNDEZ. Marine au lever du jour (h. 1970)
LUIS FERNÁNDEZ. Sin título (1944)
LUIS FERNÁNDEZ. Sin título (1956)
LUIS FERNÁNDEZ. Tête (1944)
ALFONSO DE OLIVARES. Columna dórica (1932)
PANCHO COSSÍO. Poissons dans un filet (1928)
PANCHO COSSÍO. Deux batteaux (Dos barcos) (1938)
ALFONSO DE OLIVARES. Composición (1927)
ALFONSO DE OLIVARES. Composición cubista (1927)
ALFONSO DE OLIVARES. Paisaje (1928)
ALFONSO DE OLIVARES. Paisaje de Toledo (1927)
MANUEL ÁNGELES ORTIZ. Albaicín (1958)
MANUEL ÁNGELES ORTIZ. Composición cubista (1936)
El impacto del surrealismo no puede limitarse a los nombres por lo demás centrales de Joan Miró, Salvador Dalí, Luis Buñuel y Óscar Domínguez, surrealistas “con carnet”, y afincados en París. Alrededor de 1930, gran número de poetas y no pocos pintores y escultores españoles “surrealizaron”. Surgieron partidarios de esa tendencia, en Barcelona, en Lérida –donde brillan las construcciones poéticas de Leandre Cristòfol–, en Zaragoza, en Tenerife… En Madrid, trabajaron en esa clave José Moreno Villa o José Caballero, próximos ambos a García Lorca –del que el segundo ilustró Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías–, mientras Alberto Sánchez “Alberto”, Benjamín Palencia, Maruja Mallo, Luis Castellanos, Antonio Rodríguez de Luna o Juan Manuel Díaz Caneja profundizaban, en clave entre surrealista y abstracto, en una nueva mirada sobre el paisajes castellano, mirada que cristalizó en torno a la vecina localidad de Vallecas. De entonces data también la definitiva consolidación de la obra del escultor Ángel Ferrant, expositor en la colectiva de objetos surrealistas que se celebró en 1936 en la Galerie Charles Ratton de París. El “realismo mágico”, inspirado en Franz Roh, fue el dominio de Alfonso Ponce de León –autor de un cuadro portentoso, Accidente (1936)–, José Jorge Oramas y otros. Tampoco faltaron las propuestas inscritas en el horizonte del realismo social, pues aquellos fueron años de radicalización política y social. ADLAN, los amigos del arte nuevo, activos en Barcelona, Madrid y Tenerife, defendieron el surrealismo, la nueva poesía y la arquitectura racionalista del GATEPAC.

ÓSCAR DOMÍNGUEZ. Naturaleza muerta con revólver (1947)
ÓSCAR DOMÍNGUEZ. Composición surrealista (1938)
SALVADOR DALÍ. Estudio para construcción blanda con judías hervidas (premonición de la Guerra Civil)
ÓSCAR DOMÍNGUEZ. Sin título (1938)
JOSÉ MORENO VILLA. Bodegón cubista con guitarra (1925)
LEANDRE CRISTÓFOL. Temática convergente (1933)
JOSÉ MORENO VILLA. Composición con ajedrez (1925)
JOSÉ MORENO VILLA. Bodegón cubista con guitarra (1925)
JOSÉ CABALLERO. Ciudad Universitaria (1939)
JOSÉ MORENO VILLA. Piedras ambulantes (1930)
MARUJA MALLO. Máscaras (1942)
MARUJA MALLO. Máscaras (1942)
JOSÉ CABALLERO. Una fecha determinada (1954-1967)
ALBERTO SÁNCHEZ. Cazador de raíces (1960-1962)
ALBERTO SÁNCHEZ. Monumento a la Paz (1960-1962)
BENJAMÍN PALENCIA. Bailarines (1932)
BENJAMÍN PALENCIA. Composición de dos figuras en azules (1934)
BENJAMÍN PALENCIA. Vallecas (1930)
MARUJA MALLO. Oro (retrato bidimensional) (1951)
MARUJA MALLO. Retrato de mujer negra (1951)
MARUJA MALLO. Sapo y excrementos (1932)
Si tanto Dalí como Domínguez realizaron el grueso de su obra de aquel entonces en París, Miró en cambio pronto iba a abandonar la capital francesa para reencontrarse con su Cataluña natal. Frente al método “paranoico-crítico” de Dalí se alza, en un territorio próximo a la abstracción, el arte energético de Miró.
La guerra civil marca un antes y un después. La República en guerra encuentra su máxima expresión artística en su excepcional pabellón para la Exposición de París de 1937, construido por Sert y Lacasa a iniciativa del grafista comunista Josep Renau, entonces director general de Bellas Artes. Junto al Guernica de Picasso, figuraron El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, de Alberto, la Monserrat gritando, de Julio González; el Campesino catalán con una hoz, de Miró; y la Fuente de mercurio de Almadén de Alexander Calder…

ÁNGEL FERRANT. Maternidad (1949)
ÁNGEL FERRANT. Figura 18 (1957)
ÁNGEL FERRANT. Cabeza de mujer (1940)
ÁNGEL FERRANT. La escolar (1925)
ÁNGEL FERRANT. La mecanógrafa y el ventilador (1939)
ÁNGEL FERRANT. Mujer de circo (1933)
ÁNGEL FERRANT. Cabeza de mujer (1940)
ÁNGEL FERRANT. Mujer de Vallecas (1939)
El exilio fue el destino de no pocos artistas de vanguardia que habían luchado en las filas republicanas. Francia, ya poblada, como hemos podido comprobarlo, por una nutrida colonia artística española que se confirmó mayoritariamente en su opción de permanecer allá, acogió a Antoni Clavé, a Baltasar Lobo, a Orlando Pelayo. Argentina, a Maruja Mallo, al jondo Manuel Ángeles Ortiz, a Luis Soane. México a Arturo Souto, al sutil y profundo Ramón Gaya, a Antonio Rodríguez Luna, a la surrealista Remedios Varo. Santo Domingo, a Eugenio Fernández Granell, que pronto se adscribiría al surrealismo. La URSS, a Alberto.

EUGENIO FERNÁNDEZ GRANELL. El placer del baño (1943)
EUGENIO FERNÁNDEZ GRANELL. Retrato póstumo de Baltasar Gracián (1954)
En España de la inmediata posguerra, en aquella España de la represión, de las cartillas de racionamiento y del estraperlo, el arte moderno sobrevivió en condiciones difíciles. Ocupaban mucho espacio los partidarios del arte pompier. Representó entonces un papel renovador Eugenio d´Ors, intelectual del régimen, pero cuya Academia Breve y cuyos Salones de los Once se constituyeron, por contraste con el academicismo imperante, en un espacio donde encontraron acogida algunos nombres de la preguerra, los paisajistas emergentes y algunos de los partidarios del resurgir de las vanguardias. El pintor orsiano por excelencia de aquel período fue Rafael Zabaleta, cantor del mundo rural andaluz. Se consolidó entonces una Escuela de Madrid: Álvaro Delgado, Francisco San José, Gregorio del Olmo, Agustín Redondela, Eduardo Vicente, Cirilo Martínez Novillo y Luis García Ochoa, entre otros. El paisaje fue la obsesión del esencial Díaz Caneja.
De finales de los años cuarenta en adelante, resurge la vanguardia. Los poetas “postistas” madrileños fueron los primeros en retomar aquel hilo. En 1948 fueron fundadas la revista Dau al Set en Barcelona y la Escuela de Altamira en Santillana del Mar, que retomaba algunos de los debates de la preguerra, mientras el grupo Pórtico de Zaragoza, con Fermín Aguayo, Eloy Laguardia y Santiago Lagunas, se decantaba por la abstracción. Dau al Set –Antoni Tàpies, Modest Cuixart, Joan Ponç y Joan Josep Thárrats, los poetas Joan Brossa y Juan Eduardo Cirlot, el crítico Arnau Puig –reanudaba con el espíritu moderno, contando mucho, en ese sentido, el ejemplo de Miró –al que visitaron con emoción–, el poeta Foix y Joan Prats, el impulsor de ADLAN. En 1951, la muy oficial Primera Bienal Hispanoamericana de Madrid, inaugurada por el propio Franco y contra la cual los exiliados montaron muestras alternativas en París y México, incluyó en su seno a la vanguardia.

MODEST CUIXART. Linneus escriba (1948)
MODEST CUIXART. Maascro (1949)
JOAN PONÇ. Composició (1947)
JOAN PONÇ. Sin título (1950)
JOAN BROSSA. Barret-A (1988)
JOAN BROSSA. La memoria del temps (1986)
SANTIAGO LAGUNAS. Juego de niños (1950)
Entre 1953 y 1955, Tàpies transitó en solitario de magicismo común a los miembros de Dau al Set, a una muy personal versión del informalismo. Otros catalanes –pintores como Cuixart, Thárrats, Josep Guinovart, Joan Hernández Pijuan o Albert Ráfols-Casamada, escultores como Moisés Villèlia, maestro en el arte de trabajar el bambú– se fueron convirtiendo también a la abstracción.

JOSEP GUINOVART. Collage (1962)
ALBERT RÁFOLS-CASAMADA. Fiesta veneciana (1986)
ALBERT RÀFOLS-CASAMADA. Homenatge a Schoenberg (1962)
JOAN HERNÁNDEZ PIJUÁN. Pintura 167-60 (1960)
En 1957, Manolo Millares y Antonio Saura, ambos con un pasado surrealizante a sus espaldas, reunían a una serie de artistas residentes en Madrid para fundar El Paso, activo hasta 1960 y el más importante de los grupos informalistas. Millares con sus arpilleras y sus homúnculas y, al final de su vida, con sus Neanderthalios y sus Antropofaunas, y Saura, con sus Damas fulgurantes, con sus Cristos a partir del de Velázquez, más tarde con sus Perros de Goya, encarnaron la “veta brava”. Luis Feito moraba en una “tierra de nadie”, por decirlo con palabras de Millares. Rafael Canogar evolucionó desde un gestualismo por momentos épico, de lo más action painting, hacia una nueva figuración deudora del pop. El ex surrealista Manuel Viola siguió siempre fiel a las propuestas “jondas” que cuajaron en la época de La saeta (1958). Manuel Rivera, que descubrió las posibilidades de la tela metálica, fue el más lírico de los artistas de El Paso y un sutil colorista. Los escultores de El Paso fueron Pablo Serrano y Martín Chirino, inscrito en la tradición del hierro, de la forja.

MANUEL MILLARES. Aborigen nº 1 (1951)
MANUEL MILLARES. Collage (1954)
MANUEL MILLARES. Cuadro 122 (1962)
MANUEL MILLARES. Cuadro nº 48 (1957)
MANUEL MILLARES. Sin título (Composición con cabra) (1954)
ANTONIO SAURA. Sagrario (1960)
LUIS FEITO. Sin título I (1957)
MANUEL RIVERA. Homenaje a Vivaldi (1958)
PABLO SERRANO. Composición (1957)
MARTÍN CHIRINO. Paisaje (1978)
En la misma época que El Paso, y también en Madrid, encontraron sus respectivos espacios solitarios pintores como Manuel Hernández Mompó, aéreo y atento siempre al aire de la calle; Lucio Muñoz, que eligió la madera como “su” material; o José Caballero, despojado ya del surrealismo que todavía tensaba La infancia de María Fernanda (1948-1949). En San Sebastián estaba Gonzalo Chillida, habitante de una región de nieblas. En París, Pablo Palazuelo y Eusebio Sempere, el segundo de los cuales, tras crear sus Cajas de luz, contribución española al arte cinético, conciliaría lo aprendido allá, con una mirada cristalina al paisaje de Castilla. Lo constructivo y la reflexión sobre la “interactividad del espacio plástico” fueron las señas de identidad del Equipo 57.

PABLO PALAZUELO. Solitudes IV (1955)
PABLO PALAZUELO. Sur noir (1948)
EUSEBIO SEMPERE. Sin título (1960)
EQUIPO 57. CO-57 (1957)
EQUIPO 57. C0-1960 (1960)
EQUIPO 57. PA-nº6 (1959)
EQUIPO 57. Sin título (1960)
En la escena vasca brillaron los escultores, destacando Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Oteiza, activo ya en los años de la República, pasó largos años en Latinoamérica. Durante los años cincuenta construyó Cajas metafísicas –las hay en homenaje a Velázquez, Mallarmé y Malévich– que constituyen un eslabón entre el constructivismo clásico y el minimal. Chillida, formado en el París de finales de los años cuarenta, creó a comienzos de la década siguiente, tras su vuelta al país natal, una serie de hierros lineales y muy puros, en los que concilia rigor y emoción.

JORGE OTEIZA. Homenaje a Malevitch (1937)
EDUARDO CHILLIDA. Torso (1948)
Los envíos a las bienales de Venecia, Sao Paulo y Alejandría, coordinados por Luis González Robles desde la Dirección General de Relaciones Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores, que apostaba por una imagen moderna, encontraron un enorme eco, y desembocaron en la obtención de varios premios. Como consecuencia de ello, y también desde la infraestructura ministerial de Exteriores, se produjeron muestras en Europa y América, que culminaron en las de 1960 en el MOMA y en el Guggenheim de Nueva York. El Museo de Arte Contemporáneo madrileño se renovó bajo el mandato del arquitecto José Luis Fernández del Amo.
Durante los primeros años sesenta empezó a gestarse otro museo, el de Arte Abstracto Español de Cuenca, que abriría sus puertas en 1966. Plataforma fundamental para aquella generación, esta institución privada fundada por Fernando Zóbel, con la ayuda de Gerardo Rueda y de Gustavo Torner, ubicada en las Casas Colgadas, sirvió también para dar a conocer el muy interesante trabajo de estos tres pintores, más lírico y paisajístico el de Zóbel y más constructivo y a la vez irónico el de los otros dos. Juan Antonio Aguirre fue el primero en hablar, a finales de aquella década y frente a la negrura de El Paso, de una “estética de Cuenca”: poética, lírica, culta y, en ocasiones, hay que insistir sobre ello, irónica. Son fundamentales, en el caso de Torner la serie de collages surrealizantes y borgianos Vesalio, el cielo, las geometrías y el mar, de 1965, y los homenajes a creadores del pasado; en el de Rueda, los monocromos especialistas y los cuadros con bastidores.

GERARDO RUEDA. Composición (paisaje) II (1957)
En Cuenca rehabilitaron casas antiguas, con esa sensibilidad “muy antigua y muy moderna” que preside el museo, no sólo los tres fundadores del mismo, sino también Saura, Millares, Sempere, José Guerrero… Nacido en Granada en 1914, Guerrero saltó en 1949 a Nueva York, donde trabajó codo con codo con los action painters. El otro “español en Nueva York”, Esteban Vicente, tardó décadas en ser visto aquí.
El arte español de los años sesenta es muy rico y variado. Entonces se asistió, como en otros países de Europa, a un retorno generalizado a la figuración. Pintores como Antonio López García o Carmen Laffón y escultores como Julio López Hernández se apoyaron en la tradición naturalista. La influencia del pop se dejó sentir en el Canogar de aquellos años, pero también en Eduardo Arroyo, en el Equipo Crónica, en el Equipo Realidad, en Juan Genovés, partidarios de un arte crítico, de oposición antifranquista. Otras vías figurativas las exploraron al ascético Cristino de Vera, Xavier Valls, Juan Barjola, Fernando Sáez, José Hernández, Alfonso Fraile, Francisco Peinado, Ángel Orcajo, Luis Gordillo, Darío Villalba o Juan Giralt. Especial fuerza han tenido Gordillo y Arroyo, el primero con su figuración compleja, el segundo con sus inteligentes visitas al arte y la cultura del pasado español y europeo. Los sesenta fueron también años de experimentos conceptuales, destacando los del argentino Alberto Greco y los del grupo ZAJ, y las propuestas radicales y politizadas de Antoni Muntadas o Alberto Corazón.

ANTONIO, FRANCISCO Y JULIO LÓPEZ HERNÁNDEZ. Los reyes Juan Carlos I y Sofía (1999-2001)
EDUARDO ARROYO. Botones y costuras (1989)
JULIO LÓPEZ HERNÁNDEZ. El alcalde (1972-1989)
EQUIPO CRÓNICA. Paredón 7 (1976)
LUIS GORDILLO. Salta-ojos (conejitos) (1980)
LUIS GORDILLO. Sistema lábil (1975-1976)
LUIS GORDILLO. Tríplex (1974)
EQUIPO REALIDAD. Butaca con paisaje (1972)
El retorno de la democracia, iniciado en 1975, tras la proclamación de Juan Carlos I como Rey de España, trajo consigo nuevas realidades. En pintura fue clave la acción de los neofigurativos de Madrid: Carlos Alcolea, Carlos Franco, Rafael Pérez Mínguez y Guillermo Pérez Villalta. Zaragoza con José Manuel Broto, Barcelona con Xavier Grau, Valencia con Jordi Teixidor, y Sevilla con Gerardo Delgado, fueron ciudades donde se practicó la nueva abstracción. Luego vendrían las colectivas 1980 y Madrid D.F., y se consolidarían las respectivas obras de Miguel Ángel Campano, Alfonso Albacete, Juan Navarro Baldeweg, Miquel Barceló, Ferrán García Sevilla, José María Sicilia, Juan Uslé, Adolfo Schlosser, Eva Lootz, Susana Solano, Pepe Espaliu, Francisco Leiro, Juan Muñoz, Cristina Iglesias o Jaume Plensa, entre otros… Broto, Campano, Barceló y Sicilia, volvieron a elegir París como lugar de residencia, un dato que nos habla de una cierta repetición cíclica de los acontecimientos. Otros en cambio preferirían Nueva York.
GUILLERMO PÉREZ-VILLALTA. La senectud de los gigantes (1986)
GUILLERMO PÉREZ-VILLALTA. Personaje matando a un dragón (1977)
CARLOS ALCOLEA. Borrachos 2 (1979-1980)
CARLOS ALCOLEA. El chivato (1991)
CARLOS FRANCO. El asalto de celos (1976)
CARLOS FRANCO. Santa Águeda y el nene (1973)
ALFONSO ALBACETE. Estancia (2008)
JUAN NAVARRO BALDEWEG. El fumador (1984)
JUAN NAVARRO BALDEWEG. La casa (1985)
XAVIER GRAU. Serie grandes traiciones V (1988)
MIQUEL BARCELÓ. Pintor damunt del quadre (1982)
ADOLFO SCHLOSSER. Sin título (1986)
EVA LOOTZ. Bucle abierto (1988)
EVA LOOTZ. Sin título (1975)
SUSANA SOLANO. Tri-ciclo-clinium (1986)
FRANCISCO LEIRO. Retrato de Antón Llamazares (1984)

BIBLIOGRAFÍA
  • GUERRERO, José: José Guerrero: El Cedar café, Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, 2002.

3 comentarios:

  1. En plena explosión de crisis del Museo me parece un logro que aportes tu granito de arena a valorar sus contenidos. Ojala contribuya a ayudar a solventar el problema por el que pasa el MACPH. Gracias por el reportaje, me ha gustado mucho. Un saludo cordial.

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    1. Muchísimas gracias por tus afectuosas palabras. No puedo esconder que es un museo que me encantado y apasiona. Es un lujazo del que los vallisoletanos no somos conscientes. Espero que al final no ocurra nada. Un saludo!!

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  2. Soy la hija del pintor Fernando Sáez González (1921-2018), me gustaría saber si en el museo contáis con alguna obra de mi padre. Creo que hay algo proveniente del Museo de Arte Abstracto de Cuenca.
    Me podéis informar? Mi correo es carmensaezdiaz@hotmail.com o bien el que aparece en el mensaje.
    Os estaría mu agradecida. Saludos

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